Por Eduardo Muñoz Inchausti, Académico Escuela de Administración Publica Universidad de Valparaíso

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photoUna ciudad tiene en sí un valor que va más allá de la estructura material o el ordenamiento del entramado de calles, casas, equipamiento y demás elementos que las conforman. Son productos humanos, de carácter social y por tanto, expresiones culturales concretas con un fuerte componente inmaterial.

Fenómenos como el sentido de pertenencia, la identidad individual y colectiva – piénsese en la idea de hogar o de barrio – los modos particulares de (con) vivir  y la existencia de redes sociales de apoyo, son realidades que, en su interacción, van dando vida y forma al fenómeno urbano.

Por esto es deseable e indispensable que estos elementos se protejan y valoren al momento de reconstruir una parte de la ciudad consumida por la catástrofe.

Reconstruir en el vacío de obviar los modos de vivir sería renunciar a la posibilidad de recrear la ciudad optando sólo por construir. Sería como colocar en el centro la técnica y los materiales en lugar de las personas y los ciudadanos. Creo no equivocarnos si pensamos, mirando la historia del puerto, que el resultado sería volver a ver casas en zonas de riesgo o nuevas tomas en un intento de sobrevida de un modo de ocupar el espacio de fuerte raíz en nuestra ciudad.

La reconstrucción definitiva debe, entonces, incorporar estos análisis y contemplar soluciones creativas e innovadoras para este objetivo, mirar la experiencia internacional y aprender de nuestra gente. La institucionalidad y organización de la solución o la participación de los ciudadanos es tan importante como los recursos involucrados o la materialidad de las viviendas y los espacios. Al final del día, no es lo mismo reconstruir en democracia.