-La infidelidad sigue siendo una causa recurrente en las separaciones matrimoniales, aunque también influyen otros factores como la mayor independencia económica e intelectual de las mujeres, quienes ahora suelen tomar la iniciativa cuando son infelices.

-Chile fue el último país en el mundo en implementar una ley de divorcio. Hasta el año 2004 operaban las nulidades, argumentando errores de registro en los nombres o domicilios, una situación en que participaban jueces, abogados y testigos.

 

divorcio1Entre el hermetismo del siglo XX y el desinhibido mercado sentimental de la última década, el Amor con mayúscula intenta permanecer incólume a pesar de los cambios dramáticos que ha experimentado la relación hombre-mujer en la sociedad actual.

Las historias conyugales del pasado hoy resultan inadmisibles, pero lo cierto es que hubo tiempos en que las esposas soportaban las infidelidades de sus maridos como una suerte de cruz que debía cargarse de la forma más discreta posible en beneficio de los hijos y de la estabilidad familiar. Por una parte la maternidad era sagrada, lo que reducía casi a cero los engaños femeninos, y por otra, la costumbre ancestral del macho chileno era darse una que otra largona fuera del ámbito hogareño sin residuos de culpabilidad mientras su rol de proveedor estuviera debidamente cubierto y el de amante no destiñera demasiado.

                En sentido opuesto, tampoco era inusual que las mujeres  no tuvieran la más remota idea de las andanzas amorosas de sus cónyuges. De partida, solían casarse antes de cumplir la mayoría de edad, es decir, salían del colegio y pasaban de la tutela paterna a la del esposo, imbuidas en el esquema del príncipe azul y de las heroínas de Corín Tellado, la perfecta receta para que ellos cometieran adulterios de largo aliento.

                Los ejemplos abundan y cualquier chileno cincuentón tiene algo que contar o recordar sobre esos amores traicionados de los que nadie se enteraba hasta muchos años después o que simplemente se sobrellevaban en silencio.  En la mayoría de las familias de clase media y alta hay un “tío Manuel” que le ponía cuernos a la “tía Filomena”, cuyo único orgullo era mantener intactas las apariencias en su entorno social y a sus hijos a salvo de las habladurías del barrio.

En la otra perspectiva, un caso elocuente es el que narró Enrique Rodríguez sobre uno de sus mejores amigos, compañero de universidad y compinche: -“Llegó a mi casa una noche, bastante complicado, a pedirme consejo respecto a la difícil situación que estaba viviendo por no saber discernir si debía permanecer con su esposa o decidirse definitivamente por la mujer que era su amante…¡hacía once años!, y con quien tenía un hijo de esa edad. ¡Plop! La esposa engañada era mi amiga, tenían cuatro hijos y me consta que ella no sabía que tenía una rival”.

En los tiempos actuales aquello es prácticamente imposible. No sólo por un tema de comunicaciones instantáneas que transportan los rumores y las comidillas en cosa de minutos, sino además por un asunto de actitud, en especial en relación a las mujeres, mucho más proactivas y autosuficientes de lo que eran sus antepasados. Esta nueva fémina le puso punto final al secretismo que protegía el engaño marital y dio paso a una confrontación directa con los hechos conflictivos e incluso con la propia amante cuando la indignación ha llegado a un punto álgido.

No obstante, más allá de saber o no saber, otras transformaciones habidas en las estructuras sociales han configurado una manera diferente de ver el matrimonio, que ya no constituye una solución alternativa a una carrera profesional o a un embarazo intempestivo, sino una opción que se toma o se deja dependiendo de las circunstancias que vive cada pareja, las que ahora suelen barajarse con la cabeza fría. En ese escenario, las calenturas se manejan con la píldora y las campanas nupciales sólo suenan si ya se cuenta con algunas facilidades, tales como un departamentito propio, un auto que no consuma mucha gasolina, y una planificación familiar de un solo hijo o a lo más dos al cabo de varios años.

Si bien siempre existen personas que siguen las tradiciones, se enamoran, se casan y forman hogares con lo que hay en ese momento, una gran mayoría prefiere esperar, y  este compás de espera, que puede durar meses y años, terminó conformando una forma de relación

sentimental sin ataduras legales pero curiosamente firme y en muchos casos tan seria y convencional como el “sagrado vínculo” que se concreta en el Registro Civil y se ratifica ante el altar de una iglesia.

Patricio H.L. y Georgina T.W., Lucy B.L. y su eterno pololo, Jaime; Mónica V. y Bernardo S.F. decidieron convivir sin matrimonio, como una especie de prueba, y consolidar la unión cuando estuvieran mejor parados económicamente y pudieran solventar el nacimiento de un hijo en las mejores condiciones posibles. Por el contrario, Marcela A.M. y su pareja, Reinaldo, no lo pensaron demasiado, se instalaron en un segundo piso desocupado en la casa de los padres de ella, y procrearon dos niñitas: “Nos matamos trabajando- expresó Marcela-pero a las niñas no les falta nada, la abuela las cuida en mis horarios de “pega” y estamos postulando a un subsidio para independizarnos.”

-¿Se casarán entonces?:  ¿”Estai” más loca? ¡No está en nuestros planes, por lo menos en los míos!-“

¿Y tú qué dices, Reinaldo?– El aludido guardó prudente silencio, levantó los hombros y las cejas en un gesto de conformidad y suavemente sentó a una de las hijas en sus piernas. Otro cambio de los tantos que han potenciado el poder femenino por sobre la masculinidad incuestionable de los tiempos antiguos.

El día de los desenamorados.-

                Para muchos, ese día llega cuando las cosas no dan para más y el divorcio, que ya rondaba por los ánimos, se vuelve una posibilidad concreta y la única salida posible para una situación  indeseable desde la perspectiva emocional, aunque la parte monetaria no constituya un factor agravante.

                Lo que desconocen los jóvenes pos modernos que recurren a la disolución vincular es el largo y accidentado camino que debió recorrer una instancia que en los años 90 ya era una ley “oleada y sacramentada” en todos los países del mundo excepto en Chile, donde el proyecto de divorcio nació, agonizó y revivió varias veces antes de convertirse en un instrumento legal.

Como bien lo saben los mayores, durante décadas las parejas desavenidas terminaban “anulando” el matrimonio civil mediante un trámite de carácter acomodaticio que consistía en aducir errores de nombres o domicilios en los registros oficiales de la respectiva unión conyugal.

 Lo curioso es que esta situación era conocida de todos y era aceptada bajo cuerda a pesar de constituir un fraude de marca mayor, con abogados, jueces y testigos incluidos en la jugarreta, y ello debido en gran parte a la fuerte influencia del ala conservadora del Parlamento, pero mayoritariamente a la intervención de los curas católicos en la agenda valórica del país.

                Los detractores de las nulidades  alegaban que los sacerdotes, por ser los únicos chilenos que no pueden casarse, sabían mucho de teoría pero nada de la práctica, y por tanto desconocían la génesis y el dramático proceso que debían sufrir muchas de las relaciones maritales infelices en las cuales los más afectados eran siempre los niños.

 El divorcio en Chile.–

                La Ley de Matrimonio Civil comenzó a perfilarse en 1995 y los primeros gestores fueron las diputadas María Antonieta Zaa, Mariana Aylwin e Isabel Allende, y entre los varones, los diputados Arturo Longton, José Antonio Viera-Gallo e Ignacio Walker. Los objetivos estaban claros: regularizar la disolución del vínculo matrimonial, ordenar y reglamentar la manutención y tuición de los hijos y rescatar la posibilidad de rehacer la vida después de un fracaso que sin duda, no formaba parte de los planes de ninguna pareja al momento de la boda.

                Recién en enero de 1997 se retomó el proyecto, lo aprobó la Cámara Baja y se envió al Senado, donde durmió hasta el 13 de marzo de 2002, fecha en que la iniciativa se incluyó en la convocatoria a Legislatura Extraordinaria. Tras un surtido de dificultades y 18 sesiones en torno al tema, el 6 de enero de 2004 se reanudó la tramitación del proyecto que la Cámara Alta había mantenido en suspenso durante ocho años. Finalmente, en mayo de ese año se promulgó la Ley 19.947 sobre matrimonio civil, la que entró en vigencia seis meses después en medio de la desaprobación de los parlamentarios de ultra derecha y de los curas católicos, quienes temían que se produjera una avalancha de separaciones y solicitudes de divorcio vincular debido a la facilidad

con que se podría acceder a la ruptura.

                En la práctica, esas aprensiones no tenían, ni tienen, una base sólida ya que existe consenso entre los psicólogos en cuanto a que  divorciarse nunca será bueno y deseable para los

demandantes, a menos que ocurran hechos que necesariamente obliguen a ambas partes a reconocer el  fracaso rotundo de la más importante de sus vivencias  y  el colapso de un proyecto común que en su origen se veía exitoso y definitivo.

A pesar de que el mismo día de la divulgación oficial de la ley se presentaron varias demandas de divorcio en los tribunales, no hay antecedentes de que el aumento de las mismas se produzca por la facilitación legal y no por otras causas asociadas a problemas de índole emocional propias de la vida en común.

Estadísticas y tendencias-

                Según declaró a la prensa, Soledad Meneses ha sido testigo de los cambios que se han producido en las decisiones sentimentales de los chilenos, desde mediados de los 80 hasta inicios de  la era de los 2000. A partir de 1986, de cada mil habitantes en el país, ocho optaron por casarse, con lo cual el número de ceremonias matrimoniales que ella oficiaba ascendían a unas quince por día, un verdadero boom comparado con las cifras de 2004, año que marcó el punto más bajo con un promedio de 3.3 nupcias por cada mil chilenos, proporción que se mantuvo hasta 2010.

                En 2011 y 2012, por el contrario, comenzó a notarse una persistente tendencia al alza en el número de matrimonios realizados a nivel país. De acuerdo al Registro Civil, la cantidad de enlaces inscritos hasta julio de 2013 había superado las 66.130 uniones, casi cuatro mil más que en 2010 y cinco mil más que en 2009, en que se oficiaron 57.836 matrimonios civiles. ¿Las causas? Los chilenos solteros sobre los 35 años estaban más propensos a comprometerse en una relación legalizada y los divorciados, a embarcarse en una segunda y hasta tercera experiencia conyugal. Según información del Programa de Estudios Cuantitativos y Opinión de la Universidad de Santiago, entre 2006 y 2011, el grupo etario entre 20 y 29 años manifestó una disminución en el total de matrimonios, en tanto que el grupo de 35 a 44 años experimentó un aumento de 5.5% a 8.4%. Los mayores entre 50 y 59 años pasaron de 4.4% a 10.6% en el mismo período.

En la contrapartida, las cifras entregadas por el Instituto de Estadísticas acusaron un aumento de un 0,6 % en la tasa de rupturas  nupciales cursadas en 2012.  Por tipo de proceso, hubo un total de 104.262 divorcios, 6.389 separaciones y 133 nulidades, con un promedio de quince años de unión conyugal hasta el momento de la sentencia.  Según el INE, el mayor número de rompimientos se produjo en la franja de edades comprendida entre 40 y 49 años, tanto en mujeres como en hombres.

                Han transcurrido diez años desde la promulgación de la Ley de Divorcio en mayo de 2004 y como ocurre en todo orden de cosas, las cifras y los ánimos  se han estabilizado, ya nadie debate el tema y la principal forma de separación en el país es el mutuo acuerdo, una fórmula que según la jefa coordinadora  de los Tribunales de Familia, Gloria Negroni, refleja una sociedad que aprecia la solución de los conflictos a través de consensos, y a la vez muestra una clara tendencia a cautelar la familia aunque el matrimonio termine.

             

Hasta que “algo” nos separe.-

Si bien existen parejas de casados que llegan a las Bodas de Oro tomados de la mano, en Chile son tan escasas que desde el año 2012 el Estado chileno las premia con un bono de $ 200.000. Son casos ejemplares que podrían convertirse en reliquias de un pasado con normas éticas, entornos y mecanismos de control obsoletos en el contexto del futuro que se visualiza actualmente.

 Hoy, cada vez más personas tienen clara conciencia de la forma en que quieren ser  tratadas por su pareja, y en consecuencia no están dispuestas a perdonar las conductas equivocadas, menos aún las que expresan algún tipo de abuso o violencia, tanto física como sicológica , y es evidente que para los chilenos de estos tiempos, aquello de “hasta que la muerte nos separe” no constituye  un objetivo a ciegas dentro de la relación matrimonial sino más bien una posibilidad que está por verse, que se trabaja y se desea pero que no se transa cuando se ha perdido la confianza en el cónyuge.

Según los estudiosos del tema, las razones para separarse han variado de “incompatibilidad de caracteres” en el pasado, a “incomunicación” en las década de los 80 y 90,

y a “haber dejado de amar” en el presente, pero en una mayoría de casos y en todas las épocas, el quiebre se produce debido a  una relación amorosa paralela que desplaza la relación con el cónyuge, quien deja de ser objeto de interés  y deseo.  Para  el psiquiatra Ricardo Capponi, profesor en las escuelas de Psicología y Psiquiatría de la Universidad Católica, la sexualidad juega un rol relevante en la práctica de la fidelidad matrimonial: “Hay un tremendo desafío en el siglo XXI y éste consiste en la humanización del amor. El desafío no sólo consiste en mantenerse atraído por el otro durante años, sino de disfrutar del sexo con el otro durante toda la vida.”

La psicóloga y académica de la U. Diego Portales, Eliana Heresi, señaló que hay infidelidades que duelen más que otras, las que no son una simple cana al aire sino una relación duradera que implica compromiso de los sentimientos por parte del hombre o de la mujer que engaña, en cuyo caso el perdón, si es que se produce en algún momento, puede llevar de uno a dos años de terapia y hasta siete por cuenta propia: -“Hay un duelo y un quiebre absoluto de la confianza y recuperarla implica subidas y bajadas porque  la rabia y el resentimiento vuelven”-sostuvo la psicóloga.”