sábado 21 septiembre de 2013 | Publicado a las 3:14 pm · Actualizado a las 3:14 pm
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Cada vez menos espacio: Se ahoga el folklore nacional
El mayor pecado mediático es la falta de difusión de la música chilena, inclusive en septiembre, y el exceso de chatarra recreativa de la televisión y de internert, que definitivamente le está “echando a perder” el buen gusto a muchos chilenos, en especial a los niños y a los jóvenes. Avanzado el mes de septiembre, […]
El mayor pecado mediático es la falta de difusión de la música chilena, inclusive en septiembre, y el exceso de chatarra recreativa de la televisión y de internert, que definitivamente le está “echando a perder” el buen gusto a muchos chilenos, en especial a los niños y a los jóvenes.
Avanzado el mes de septiembre, quien recorra el dial en busca de música chilena, o los canales de tv a ver si aparece algún programa alusivo a las festividades patrias, no encontrará nada de nada. Para darse ese gusto, el cultor o aficionado a las tradiciones típicas del país tendrá que esperar a que se produzca el “ataque de patriotismo” que condensa en tres días, 18, 19 y 20, lo que debería extenderse durante todo el año, 47 semanas en que el ciudadano común y corriente se desvincula de la identidad nacional y se sumerge en expresiones foráneas que a la larga le resultan mucho más atractivas.
La sola definición de folklore en cualquier enciclopedia reconoce como tal a un conjunto de valores culturales que constituyen las raíces de una nación, aquello que la distingue de todas las demás en las áreas de literatura, arte, música y costumbrismo, y Chile en ese contexto ha ido perdiendo el control sobre sus orígenes, ocupado como está en incorporarse rápidamente a las nuevas tecnologías del globalizado mundo actual, lo cual es bueno y necesario siempre y cuando no pase a llevar los cimientos que lo sostienen.
Muchos entienden por folklore lo que es canto y música chilena, pero abarca mucho más, como bien lo especifica el vocablo, que proviene de dos palabras inglesas, folk que significa “gente del pueblo” y “lore”, que implica sabiduría o bagaje de conocimientos. Folklore es el vestuario, las leyendas, la mitología, las caricaturas, las celebraciones masivas, y en especial, los personajes que cultivan una forma de hacer y transmitir arte en las calles como lo hacían los juglares en la era medieval. Lamentablemente, el espacio que se les otorga a muchas de esas manifestaciones es cada vez más escaso, más pobre, con excepción de lo que atañe a la cocina popular y a los vinos chilenos, que se publicitan de manera permanente en los medios audiovisuales y de prensa.
En años anteriores, algunas radioemisoras simplemente no difundieron música folklórica o incluyeron lo mínimo en su parrilla de programaciones de fiestas patrias, según lo atestiguó Mariela Catalán, quien dirige un taller de telares autóctonos que funciona en el Cerro Alegre; “Aunque no me lo creas, pero el año pasado, a las once de la mañana no encontrábamos “ni’una” cueca, “ni’una” tonada para decir que era Dieciocho. Hasta las radios universitarias “se corrieron”; pura música clásica, ¿y quién sería el tonto grave que pondría a Bach para alegrarte el asado?”.
Hoy, a punto de celebrar el hito más relevante y motivador de la historia nacional, está claro que gran parte del entusiasmo colectivo por compartir la alegría de esa fecha, se ha enfriado y ya no forma parte de los intereses de las nuevas generaciones Los escolares chilenos aprenden los bailes tradicionales de norte, sur y centro del país, para las típicas coreografías de septiembre y el resto del año muy pocos tienen la oportunidad de continuar practicándolos.
En cuanto a los universitarios, los que saben bailar cueca y están conectados, de alguna forma, al quehacer folklórico del país son una minoría que por el momento no tiene grandes expectativas ni espacios para crecer.
¿Por dónde empezar?
El problema está latente y si aún queda mucho por emprender en términos de recuperar esa cercanía con lo propio, la prioridad a juicio de los educadores parece ser entregar más de ese legado a los escolares, a través de reformas en los actuales programas de la enseñanza pre básica, básica y media, en las asignaturas de música, artes plásticas e historia, incluyendo además actividades extra programáticas que permitan introducir talleres de diversas expresiones del folklore nacional.
La tarea no es fácil por cuanto lo propiamente chileno ha retrocedido ostensiblemente ante los atractivos adelantos tecnológicos que hoy entretienen tanto a niños como a jóvenes y adultos, y sobre todo ante la excesiva difusión que se le otorga a lo que viene de fuera. Los resultados están a la vista y ya no es posible ocultar que nuestras fronteras culturales se han vuelto demasiado elásticas y de tanto copiar, los contenidos creativos de factura nacional han sido reemplazados por imitaciones de la chatarra que llega del exterior.
Hacer folklore en Chile demanda un considerable esfuerzo. No constituye tema para un “reality”, no convoca multitudes en los centros de eventos santiaguinos, tampoco ha logrado fortalecerse en el ámbito de las artes escénicas, mediante compañías de teatro que se auto financien y puedan recorrer el país con obras autóctonas.
A esta falta de un ambiente propicio, se suma la carencia de incentivos para los artistas y cultores de la tradición nacional, sobre todo para quienes desean formar conjuntos folklóricos, impartir cursos de bailes típicos o simplemente darse a conocer como guitarrista.
Jorge Espejo W., profesor de biología en la ciudad de Quilpué, postuló por dos años a los aportes del Fondart, hasta que, según señaló, tuvo la suerte de que le aprobaran un proyecto que le permitió sacar un compacto con lo mejor de su repertorio, y a la vez, efectuar una serie de presentaciones gratuitas en diversas comunas. –Aparte de esa situación puntual,- expresó Espejo- ahora no tengo los medios para seguir haciendo lo que tanto me gusta, que es llevar la música de los autores reconocidos, como los Parra, a otras ciudades; sólo lo hago como hobby, en las fiestas familiares.
Ciudadanos “especiales”.-
Si las cosas están difíciles en el caso de los profesionales, para los chilenos que cultivan el arte popular en las calles del país, la situación pareciera ser peor, ya que no han logrado un reconocimiento formal por parte del Estado, a pesar de que constituyen una suerte de “piezas únicas” en la trama social y una nota particularmente colorida y pintoresca que se ve pocas veces en el transcurso del año, y que se disfruta mucho más en el mes de septiembre.
Don Leopoldo, como le llaman sus conocidos, recorre el plan y los cerros de la ciudad jardín, incluyendo lugares apartados como Jardín del Mar, Reñaca, Con Cón y Bosques de Montemar , tocando un organillo de marca alemana que tiene 140 años de antigüedad y que ha estado en la familia por tres generaciones. El mismo ya lleva casi dos décadas en el oficio y está consciente de que con él se cierra el círculo definitivamente porque sus hijos ya son adultos y siguieron otros caminos.
No recibe ningún aporte estatal y financia sus recorridos con el dinero que le dan por sus canciones y por los remolinos y “chicharras” que lleva para la venta.
-El lorito también ayuda-expresó don Leopoldo-Si le tocan un ala, empieza a bailar, lo que le encanta a los “cabros” chicos porque se deja tomar sin picotearlos.-
Otra especialidad netamente tradicional es la del chinchinero, que tiene menos libertad de acción ya que requiere de un permiso municipal para actuar en los lugares céntricos de Santiago y de regiones. Así lo señaló Miguel Sepúlveda, quien ha desempeñado su oficio durante 40 años, sin el carnet que según declaró, está en permanente trámite porque ninguna autoridad ha cumplido la promesa de regularizar los permisos que se necesitan para trabajar tranquilos.
-La familia Lizana, que está en ésto hace mucho tiempo, pertenece al sindicato de folkloristas y hasta tiene abogado-expresó Sepúlveda-pero así y todo tampoco ha conseguido que los reconozcan como agrupación.
En mayo de 2013, la Cámara de Diputados votó a favor del proyecto de ley que regula la exhibición y ejecución artística en los bienes nacionales de uso público y busca definir los parámetros según los cuales se pueden presentar músicos, mimos, estatuas vivientes, chinchineros, payasos, artesanos, organilleros y otros artistas que actúan en las calles. La moción fue iniciativa de la Agrupación Itinerante de pintores urbanos y del Sindicato de Cantores Urbanos que desde hace una década reúne a los artistas que viven de cantar en trasportes y lugares públicos.
Según lo informaron los medios, el proyecto pasó al Senado para ser analizado por la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, pero de acuerdo a las declaraciones de varios artistas, no se ha tenido ninguna noticia respecto de la fecha en que comenzaría a regir como instrumento legal.
Tampoco se supo más de un proyecto de ley que según anunció el Gobierno en 2011, entregaría incentivos económicos a las emisoras que difundieran música nacional en un porcentaje superior al 20%. Dichos estímulos provendrían de una modificación al artículo 15 de la ley de Fomento de la Música Chilena, según lo cual los fondos concursables destinados a ese rubro, dejarían de serlo para transformarse en un recurso único, establecido por ley y repartido en los respectivos presupuestos a partir del año 2012, una iniciativa que al parecer no prosperó.
¿A quién culpar?
Elucubrar sobre cuáles son las posibles causas del retroceso que ha experimentado el folklore nacional ya no es privativo de sociólogos y académicos, ya que para nadie es un misterio que faltan políticas culturales que protejan las artes y técnicas autóctonas, de la excesiva invasión extranjera. A partir de esa deficiencia, que ha pasado a ser endémica, se generan otros factores tales como la falta de interés de los padres por inculcar en sus hijos los valores patrios, o la carencia de una asignatura que recorra la malla escolar desde primer año básico hasta cuarto medio, y abarque la extensa variedad de tópicos alusivos al folklore chileno, estrechamente relacionada con la historia del país.
Según Anarrosa Arredondo, musicóloga y profesora de diversos instrumentos musicales, “la cultura la vivimos dentro de un contexto social y somos el reflejo de lo que nos rodea, desde muy pequeños. El folklore ha sido transmitido de generación en generación por la fuerza que nos mueve dentro, y si esa fuerza no se cultiva, se muere y ya no tiene ningún sentido para las que vienen después. La música de hoy es un reflejo de la época actual y creo que se necesita voluntad, silencio y aprender a escuchar para que resuenen las voces del pasado. Hoy la gente no escuha, se va perdiendo ese sentido, se sumergen en sus audífonos y pierden la valiosa comunicación con los otros y el propio silencio interior.”